miércoles, 26 de diciembre de 2012

Do, Re, Mi, Fa, Sola




Derramó las joyas sobre el piano
Dejó las ropas y los miedos
Sus delirios quedaron en el suelo, desparramados
Acurrucados en el rincón, al lado del cadáver.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Involución



El extraterrestre se sentó sobre el hombre
Que se sentó sobre el mono
Que lo hizo sobre los dinosaurios,
Que se extinguieron al no encontrar donde sentarse.

viernes, 14 de diciembre de 2012

lunes, 10 de diciembre de 2012

El Hombre Que Colgaba de Sí Mismo - FINAL




Soñé muchas cosas en mi vida, pero nada tan extraño como estar en medio de un inmenso hormiguero.
Al principio sentía el olor húmedo de una lluvia de primavera, las primeras gotas que levantan el polvo de las calles de tierra ó del césped recién cortado por las mañanas. Me bamboleaba mientras veía pasar sobre mi las nubes blancas en un cielo celeste más potente que de costumbre. Me metía por lugares insólitos, veía árboles gigantescos mientras bolas como pelotas de básquet caían por doquier, ví esa manguera como el tentáculo de un monstruo marino salido de historias contada por piratas. Me sentí diminuto, pero lo fue más al adentrarme en un hueco en la tierra sintiendo el sonido de miles de hormigas, una de ellas me llevaba como si fuese comida sobre su espalda. Cientos de túneles se dibujaban ahí abajo, la oscuridad se apoderaba de casi todo y yo iba al encuentro de una muerte segura en las mandíbulas de las hormigas, me imagine siendo deglutido por las larvas que la Reina había expulsado de su cuerpo. El sonido de los insectos era inquietante, no podía gritar ni moverme, hacía un esfuerzo por mantener mi alma en el cuerpo, que no me abandonase en ese instante final.

viernes, 7 de diciembre de 2012

El Hombre Que Colgaba de Sí Mismo (3º Parte de 4)





Aquel día la sala de guardia del Hospital Rivadavia fue una locura. No se si el común de la gente recordará lo que sucedió el miércoles 22 de febrero de 2012 en la estación de trenes de Once a eso de las 08:33 antes del mediodía; en cambio para mí ese será un día que no olvidaré jamás. Y evidentemente los acontecimientos de esa mañana se me presentan ahora como los viejos fantasmas de las navidades pasadas que sometían a Ebenezer Scrooge en el cuento de Charles Dickens.
Nos enteramos del accidente del tren de TBA por mensaje de texto y, salvo quienes ya estaban en el hospital o aquellos que estaban fuera de la ciudad, todos los médicos, enfermeras y demás personal indispensable para tratar tal tragedia nos presentamos inmediatamente.

martes, 4 de diciembre de 2012

El Hombre Que Colgaba de Sí Mismo (2º Parte de 4)




Pasado unos segundos, presa del agotamiento, dejé de sacudirme. Transpiraba mares y el gusto salado me invadía la boca que mantenía abierta.
Me obligue a tranquilizarme.
Miré nuevamente el espejo.
Me miré.
Y reconocí mi rostro.
Cada una de las imágenes de mi vida me engulló como un tsunami, golpeándome primero con su ola inmensa para luego arrastrarme por mi propia historia.
Ya sabía quien era yo.
Mi nombre es…

viernes, 30 de noviembre de 2012

El Hombre Que Colgaba de Sí Mismo (1º Parte de 4)




No veía nada, no oía nada y no sentía nada.
Solo había en mi, olor a moho.

Cuando desperté me encontré desorientado, mareado de oscuridad e imágenes inconexas producto de mí alocada mente que buscaba con frenesí darme una referencia. El silencio era tal que parecía zumbar a mí alrededor, aleteando como unas diminutas luciérnagas ciegas en mis oídos que chocaban con las paredes y cosquilleaban en los tímpanos.
Nada se veía.
Traté de mover las manos pero fue en vano, intenté con las piernas pero el resultado fue el mismo, sentía un apretujón en el pecho y la sangre que parecía costarle recorrer mis venas.
Moví un pie. No hubo gran problema al hacerlo, solo que; no sentí nada debajo de ellos.
Mierda…, estaba colgando.
Intenté gritar, un poco por miedo y otro poco para no sentirme tan solo y desbordado; el caso fue que el grito murió antes de nacer. Una cinta me cruzaba la boca.
Horrorizado me di cuenta de una sola cosa, no había llegado a ese lugar por ningún tipo de accidente, estaba ahí en esa habitación fría, oscura y herméticamente silenciosa porque alguien así lo había deseado.
No podría describir con palabras el sentimiento al descubrirme en esa postura, ni decir que los latidos del corazón querían partirme el pecho podría expresarlo apropiadamente; nada en este mundo prepara a alguien para semejante descubrimiento.

martes, 27 de noviembre de 2012

El Sueño de las Mil Caras




Jugar al futbol no era lo de él, sabía perfectamente que había nacido para ser actor o escritor. Por supuesto que le llevó años darse cuenta de que podía hacerse algún dinero con eso, o no hacer ni un peso, pero ser feliz.
En la cancha, cuando recibía una patada por más leve que fuera, caía al pasto como si le hubiesen dado un hondazo en la pierna, daba mil vueltas tomándose la pierna mientras los gritos de los otros chicos inundaban la canchita del barrio.
            –Dejá de pelotudear Francisco, levantate que siempre haces lo mismo.
            –No te vamos a invitar más a jugar.
            No sabía si exageraba porque le gustaba hacerlo ó por el olor del pasto cuando estaba tirado, ó era tal vez el rumor de la brisa que lo acariciaba mientras mantenía los ojos cerrados e imaginaba estar tendido en un campo de batallas, o quizá escondido detrás de las tablas de la casa abandonada escudriñando en la oscuridad a unos vampiros sedientos.
            Muchas veces soñaba que volaba, en ese sueño siempre lo hacía cuando nadie lo veía e iba corriendo a decirle a su madre con excitación “¡Mamá, mirame… puedo volar!”, y corriendo se lanzaba de panza para caer con estrépito al suelo y llorar y darse cuenta de que solo volaba cuando nadie lo veía.
            A medida que los años pasaban parecía que cada vez se sumía más en un mundo de ensueño; ó de pesadillas, como a él le gustaban a fin de cuentas. Despertaba transpirado de las alucinaciones más locas que nunca creyó tener, las imágenes y voces danzaban en su habitación casi todas las noches.
            Comenzó a actuar y escribir, recordaba la canchita de futbol del barrio y sonreía al pensar que hacía lo que siempre había querido; el miedo de las noches le daba cuerda y escribía como un poseso, parecía que la tinta de las primeras biromes se le iba a fundir en la dermis de los dedos. Años después se casó, tuvo tres hijos y cada vez menos podía hacerse un tiempo para escribir, lo de actuar había caído por el caño del lavamanos, así era la vida.
Poco a poco dejó de ir soñando con zombies, ya no había más vampiros ni brujos y se habían evaporado los fantasmas; pero lo que más le dolía era que había desaparecido la fantasía del vuelo.
            A medida que crecía, la vida se le iba nublando, claro que se enamoró y se casó, tuvo sus hijos que le dieron cinco nietos, por supuesto que era parte de su felicidad.
            Pero extrañaba volar.
            La sensación de miedo al no poder correr en los sueños, el olor a temor cuando unos hombres lobos corrían por los costados de los vagones del tren en el que viajaba, ó los chillidos de los vampiros en el carruaje con él escondido a un lado de las grandes ruedas de madera sintiendo los golpes del camino, todo eso había desaparecido.
            Ya no pensaba más que en ella, delgada, con su piel pálida cromada y la empuñadura de sándalo. Se la llevó a la boca mientras su mano derecha no solo temblaban por los 84 años de vida, sino también por el Parkinson que le acometía.
            Su dedo se deslizó mientras los recuerdos se posaron en mí, con 47 años menos caminando al altar.
            Me detuve en seco, la miré a Josefina, radiante con sus ojos negros inmensos que contrastaban con el vestido, me cubrí con una media sonrisa y le dije.
            –Tengo que volver a la canchita del barrio.
            El dedo del viejo yo dudó, solo dudó.

lunes, 19 de noviembre de 2012

El Hombre Alado Prefiere la Noche





             

              Solo lo sujetaban sus uñas al precipicio, aferrado a los ladrillos del edificio observaba la noche cruda envuelto en su soledad. Rastrillaba con sus ojos nocturnos en búsqueda de su presa, el hambre acalambraba su cerebro y nublaba la sensación de vida; el raquitismo de su razón, de la cordura.
            La llovizna mojaba su cresta y resbalaba por las alas negras, mojaba su piel marcando con las gotas deslizantes cada uno de sus espectaculares músculos, como si fuesen los dedos de un artista modelándolo con barro.
            Oyó el silbido de cada noche venir del callejón cuando la cacería era pobre, ella le salvaba el pellejo. Lo buscaban además, como lo que era, una criatura que vivía fuera del regazo del Señor. Pero que descansaba en el de ella. Dormía entre sus piernas cuando podía, rodeados de la niebla del amanecer. Su adoración lo cubría con una manta ni bien el sol comenzaba a despuntar, ese brillo que lo derretía y lo dejaba exhausto, que lo adormecía. No podía esperar el día en cualquier lado, sería la presa perfecta para sus cazadores.
            Esa noche lloviznaba, era hermoso sentir las gotas frías chocar su rostro, sentirlas libres, sin alas, sin ser diferentes unas de otras.
            Comía del animal que le había traído ella, lo devoraba mientras su amor lo miraba con la tristeza del corazón que lo ha perdido, que ha vivido su transformación, de un niño a una criatura sin denominación. Salvo la que le han dado en la ciudad, esa que antes lo acunaba como un hermoso humano y ahora le daba caza.
El hombre alado.
Volaba a su escondite antes que salga el sol, se despedía de su madre con lágrimas en los ojos, así era siempre y lo seguiría siendo. Sus plumas negras brillantes destellaban como hojas de acero cuando batía las alas y emprendía el regreso a la nada, a la soledad absoluta; a la reclusión de un ser incomprendido, como si fuese un animal peligroso.
El hombre le da caza a lo que no entiende, de una u otra forma, tratan de desaparecer aquello que no llegan a comprender, lo esconden o lo destruyen. Algunos inventan fábulas a su alrededor. Eso también es así, “lo que no sabemos, inventamos”, le había dicho su madre una noche que satisfecho descansaba en sus piernas mientras ella le acariciaba la negra cresta.
Planeaba hacía el destierro cuando una flecha le dio en el pecho, su madre dio un grito de angustia al verlo caer sobre las terrazas desiertas del inminente amanecer, se abalanzaron los cazadores sobre su cuerpo alado y atado de manos y pies, esperó. Fue al encuentro de los primeros rayos de sol entre los gritos de dolor de su madre y de los cazadores de esa furiosa ciudad; se derritieron sus alas entre las calles azules, el último aliento salió de su pecho en un susurro que solo su madre alcanzó a entender...  
“Me verás volver, a la ciudad de la furia…”.-



Soda Stereo - En La Ciudad de la Furia (Doble Vida - 1988)

Me veras volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mi
Y yo soy parte de todos

Nada cambiara
Con un aviso de curva
En sus caras veo el temor
Ya no hay fabulas
En la ciudad de la furia

Me veras caer
Como un ave de presa
Me veras caer
Sobre terrazas desiertas
Te desnudaré
Por las calles azules
Me refugiaré
Antes que todos despierten

Me dejarás dormir al amanecer
Entre tus piernas
Entre tus piernas
Sabras ocultarme bien y desaparecer
Entre la niebla
Entre la niebla
Un hombre alado extraña la tierra

Me veras volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mi
Y yo soy parte de todos

Con la luz del sol
Se derriten mis alas
Solo encuentro en la oscuridad
Lo que me une con la ciudad de la furia

Me veras caer
Como una flecha salvaje
Me veras caer
Entre vuelos fugaces
Buenos Aires se ve tan susceptible
Ese destino de furia es
Lo que en sus caras persiste

Me dejaras dormir al amanecer
Entre tus piernas
Entre tus piernas
Sabras ocultarme bien y desaparecer
Entre la niebla
Entre la niebla
Un hombre alado prefiere la noche

Me veras volver
Me veras volver
A la ciudad de la furia

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Una Larga Espera






–Hey. ¿Estás despierto?
–No sé, la verdad que no sé.
–…
–¿Por? ¿No podes dormir?
–¿Cómo mierda querés que duerma acá? Si vos podes decime como haces que te compro la receta.
–Yo me imagino cosas, como que me gano la lotería y soy millonario y todas las cosas que me podría comprar y todo lo que podría hacer con toda esa guita. ¿Entendes? Sueño viste, creo que soñando despierto me termino por dormir de verdad. Una locura, pero a mi me funciona… ¿Se vé algo?
–No, te juro que preferiría verlos venir que esperar en esta mierda. Cada dos por tres creo que los veo, parece que unas sombras se cruzan de un lado para el otro y me vuelven loco.
–Es el cansancio y la oscuridad que te juegan una mala pasada.
–Tengo frío.
–Y hambre capaz. Yo al menos tengo frío y hambre.
–Creo que en Malvinas los soldaditos debían de sentir algo parecido.
–Peor que esto Jorge. Peor, acordate que eran todos pendejos y tenian menos idea.
–Se me congelan los dedos boludo.
–A ellos se les pudrían los dedos de los pies, los borcegos llenos de agua y barro. Imaginate, el frío, la lluvia, el hambre, los fal que no andaban y los ingleses calentitos en los barcos cagandose de risa. ¿Te lo imaginas? Y el hijo de puta ese los mandó al muere; dos borrachos viendo quien la tenía más larga.
–Ella no tenía pija boludo jaja.
–Sabés lo que quiero decir.
–Sí. Ya sé.
–…
–¿Querés que vigile yo un rato? Supuestamente iban a venir a eso de las 6, amanece a las y media más o menos, y faltan como dos horas todavía.
–¿Quién te dio el laburo?, al final no me dijiste nada.
–¿Cuándo te fallé? Me dieron el laburo, lo hacemos y nos llevamos unos buenos “morlacos”.
–¿Cuánto dijiste que falta?
–Dos horas más o menos.
–Igual no voy a poder dormir, ni imaginándome como vos que gano la lotería.
–Te ponés boludo cuando queres, o cuando tenés frío. Menos mal que no vivo con vos.
–Creo que ya te habría metido una bala por el culo.
–Vos no podes hablar sin meter en algún momento la palabra culo.
–…

–Creo que ahí vienen, el único lugar para vigilar sin ser vistos era este y es una cagada, una verdadera cagada.
–Jode el sol saliendo.
–Lo que me rompe soberanamente las pelotas es que quieran que mate a esos tipos por dos mangos, con el frío que hace tendrían que pagar más.
–Shhh, callate boludo, hablá más bajo.
–Los tengo en la mira. Yo le doy al de la izquierda y vos al otro. Siempre me gustó reventarle la cabeza a los de la izquierda.
–Esperá. ¿Sabías que mi viejo fue montonero?
–¿Qué?...
–Montonero era mi viejo. Lo mataste más o menos a esta distancia, la que estoy yo de vos ahora. A quemarropa.
–No, pará boludo, ¿qué haces?, yo no…, todo este tiempo vos…No, no, no. No me m…
–El frío no se siente pedazo de marica.





lunes, 12 de noviembre de 2012

El Coro de la Abadía



El pasillo lucía inmenso, de esos que parece que no tienen fin, el techo era abovedado y alto con unos ventanales gigantes y sucios a los lados como si fuesen verdugos de la inquisición aguardando la orden.
Y estaba oscuro.
Anabella se hallaba sentada en el suelo, al lado de un banco de madera largo, ella prefirió el piso frío a las maderas rugosas como dedos de un viejo gitano; el piso era mejor, sin dudas.
Se abrazaba las rodillas hundiendo la cara entre ellas, tratando que estas lleguen a taparle los oídos, que dejen de llegarle esos sollozos lastimeros de los cuatro vientos. Desde que había llegado a esa lejana y solitaria abadía, voces de todos lados la estrechaban, susurros jadeantes como fuelles avivando el fuego.
Se balanceaba abrazada a si misma, y lloraba.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un Café Frío




Más allá de que se juntaban para hablar un poco, cada vez los silencios eran más largos y menos incómodos.
–¿Qué es lo que te desvela?
“Que pregunta”, se dijo mientras miraba como la espuma del café giraba en sentido de las agujas del reloj impulsada por la cucharita danzante en su mano derecha. Tardó en contestar, por nada en particular, su mente estaba totalmente en blanco.
–La vida –dijo sin levantar la vista.
–Una respuesta como un abismo –trató de bromear su compañero de mesa.
–Ni más ni menos, la vida es como un abismo lleno de cosas que se instalan en un tiempo en particular, pero nada detiene la caída.
–Prefiero verlo como una escalada.
–Cada uno lo ve como lo vive. Vos escalas porque vivís abajo, yo caigo.
–Vos no tenés una mala vida, nunca la tuviste.
–Mejor que unos, peor que otros –dijo guiñando un ojo. –Nos conocemos de siempre, vivimos vidas distintas, si es que le podemos llamar vida.
–No te me pongas dramático. Somos de mundos distintos, uno de un lado, el otro en el otro; pero tenemos eso en común..
–Mundos distintos –repitió en un suspiro. –Cansa un poco, la monotonía quizá. Ya es todo previsible.
–Pensá primero como era cuando arrancamos y como es la cosa ahora. Totalmente distinto, no veo la monotonía.
–Vos lo ves siempre así, lo tuyo es más fácil.
–Nunca más equivocado en tu selección de palabras mi amigo blanco. Lo mío es lo más difícil, mucho más ahora que al principio. Demasiada tecnología no me ayuda para nada. –hizo una pausa, miró a su compañero todavía revolviendo el café.
–Dejá quieto eso y tomátelo, se te va a enfriar –le dijo rascándose la Trinidad obligando al ojo a cerrarse un instante.
–Mejor, una vez que nos encontramos acá, prefiero tomarlo frío. Allá abajo todo es caliente.
Se tomo el café frío de un solo trago, sonrió forzosamente y se levantó en silencio. Tomó el tridente que estaba apoyado a la ventana y volvió a guiñarle un ojo.
–Nos vemos en un par de años, me hace bien charlar con vos, es mejor que los psicoanalistas que me tocan, uno más pirado que el otro.
–No te hagas drama, hablemos cuando quieras que los que van allá arriba no creo que sean mejores, los santurrones son insoportables. Deberíamos dejarlos por acá nomás, junto con los abogados.
Rieron, uno más contento que el otro. Solo que ninguno de los dos sabia cual de ellos lo era.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Midgard (Los Grises)






Caminar en la absoluta soledad era abrumador, le quedaban las grabaciones y aquellos videos o archivos digitales que de vez en cuando sacaba de alguna casa, empresa o estación de televisión. Miraba o escuchaba los archivos para no perder la costumbre de la raza humana, de sus creadores. El aspecto no sería difícil, él había sido creado a su imagen y semejanza y solo bastaba un espejo, vidrio, charco, lago u océano para recordarlo. Pero necesitaba verlos y escucharlos, lo necesitaba para no sentirse del todo solo, más allá que cada año se juntaban los ocho en Flen esperando la noticia del renacimiento. Esperando que la runa con la imagen de Yemir se elevara por encima de la superficie y diera la señal. Más allá de todo eso, se sentían solos.
Según los cálculos exactos, se habían reunido en el noveno municipio quinientas setenta y cinco veces, no habían hablado entre ellos y casi no se habían mirado. Después de todo, eran robots y ninguno quería hablar con robots, sino, con humanos. Deseaban el día que recibieran la orden de la repoblación del planeta, un lugar todavía lúgubre, con aguas turbias, el cielo encapotado, las nubes cargadas de restos del virus, aunque con el aire cada minuto más puro y los animales cada segundo más vivos.


martes, 30 de octubre de 2012

Midgard (en Mundo Medio)


    

Le habían dicho que no sentiría nada, se lo habían dicho el primer día que lo operaron, le habían dicho que los que eran como él estaban preparados para eso, para no sentir ningún dolor. Le habían dicho grandes cosas, no se cansaban de darle distintos apuntes, nuevos y repeticiones. Lo peor de todo no era la repetición de las cosas, sino, el recordarlas al dedillo. Todo. Nada escapaba.
            Había otros, pero estaban escondidos como él. No tenía contacto con ellos como ellos tampoco con los demás, era por seguridad.
            Lo único que sabía era un número, lo único que lo conectaba a él con los demás era un simple número.
            Ocho.
            Eran ocho.
            Trató durante un tiempo no muy largo identificar las distintas conexiones que podrían existir con ese número, había varias, pero todas sin lógica.
            Una de las cosas que diferencia a los hombres de todo lo demás, junto con el pulgar y la razón; el alter ego, lo irracional.
           

lunes, 29 de octubre de 2012

Aguas Danzantes del Infierno



El agua avivó el fuego que se extendió como un reguero de infierno, el grito nació desgarrador, virulento.
–¿Cómo se te ocurre tirarle agua al sartén, infeliz?

jueves, 25 de octubre de 2012

Destino Incierto



–¿Dónde cree que va? –gritó el boletero horrorizado desde el andén.
–Espero que al cielo –respondió.

lunes, 22 de octubre de 2012

Porcelana Roja



Fije la vista a lo lejos entornando los ojos, mis pies descalzos saboreaban la rugosidad de las tejas del campanario, olía la sangre a lo lejos y mis colmillos parecían crecer unos centímetros en mi boca. Mis pezones también lo sentían irguiéndose como cuando era humana al recibir una caricia excitante, toda mi piel blanca se estaba consumiendo. La peste estaba acabando con todas las personas, con toda la sangre, con mi alimento.
El carruaje se bamboleaba de un lado al otro en las imperfecciones del camino que serpenteante se abría paso por bosque para llegar a la Abadía, no pude esperar y me lancé sobre ellos, al ir acercándome noté que el chofer no llevaba las riendas de los caballos y su cabeza ladeada colgaba inerte.
Urgida de sed me adentré en el cubículo repleto de terciopelo, cuatro de las cinco personas que venían dentro estaban muertas, ennegrecidas por la peste que les corría en las venas. Tomé al único que aún respiraba y dude en clavarle mis colmillos en el cuello enfermo, pero la sed punzaba en mi vientre con desesperación. Abrió los ojos y me dijo
–Era una fría madrugada de Otoño. Me desperté por casualidad de un sueño asombroso, realmente sorprendente... Pero ahora me encontré con la realidad. –deliró por la fiebre al tiempo que cerraba sus ojos para siempre, lo dejé acostado sobre el hombro de una mujer que llevaba varios días muerta. El horizonte comenzó lentamente a teñirse de un naranja suave, levantándose por sobre la copa de los miles de árboles.
Estaba cansada y sola, salí del carruaje justo antes de que los caballos se detuviesen delante de las inmensas puertas de la Abadía, lugar que había sido de reserva los últimos cinco meses, hacía uno que ya había consumido la última gota de sangre. Volví de un salto a posar mis pies descalzos sobre las tejas del campanario esperando el próximo coche, si no llegaba pronto dejaría que el sol tiñese también mi piel.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Almas en el Humo (5º Parte de 5) FINAL




No sabía cuanto tiempo había pasado desde que los muertos habían querido entrar, los oía con más fuerza a cada rato y eso la estaba debilitando.
No quería dormirse aunque su cuerpo se lo pedía, sus brazos le decían que suelte a la bebe, que la acueste a un lado suyo; que se relaje, que nada iba a pasar. Que simplemente cerrase los ojos y descansase un momento, tal vez, si se dormía, despertase después dándose cuenta que todo había sido un sueño, de los malos; pero de aquellos en los cual uno cuando se despierta solo queda la sensación de miedo, de terror, y que inmediatamente después se evapora de su mente como una gota olvidada al sol.

martes, 16 de octubre de 2012

Almas en el Humo (4º Parte de 5)



El espacio se había reducido, estaban los cuatro en el living, sentados con las piernas cruzadas, mientras la bebe dormía después de haber llorado durante unas horas, rendida.
Al principio creyeron que los cuerpos sin vida andarían simplemente alrededor de la casa, que no entrarían. Pero al oír como estallaba el vidrio de la ventana de la cocina, Rogelio había saltado como si del culo le saliese un resorte, al igual que los payasos que saltan de las cajas chistosas. Se encontró con el Luis, su compadre, su amigo de toda la vida, el padrino de su hijo. Estaba con la mitad del cuerpo colgando dentro de la cocina, las tablas que había clavado yacían debajo del mentón, un hilo verde de baba caía sobre las tablas deslizándose por la rugosa piel del árbol muerto para caer sobre los platos que habían quedado amontonados dentro del piletón. Lo miraba con sus ojos blancos, creyó que sonreía, ¿o era una mueca de la putrefacción del cuerpo que estiraba la piel mientras se secaba?.
No, le sonreía.

lunes, 15 de octubre de 2012

Almas en el Humo (3º Parte de 5)





Le habían contado una historia en el patio de la escuela. Una historia en la cual no había reparado hasta ese momento.
Estaba sentado en la hamaca, con las manos sujetando las cadenas que lo balanceaban levemente. Frente a el estaba Manuel, y lo rodeaban los demás chicos que oían la historia en silencio, quizá con miedo. No como él que era católico y creía en Dios, en su poder de salvarlo de todos los males. Amén.
Manuel contó que antes de que su abuelo pisase la tierra para ararla, antes que el gran paraíso que se levantaba en medio del patio de la escuela mostrase sus primeras hojas; antes incluso que existiese el pueblo. Antes de todo eso había una pulpería, el dueño era Don Bermejo, un hombre que vivía solo, no tenía familia. Esposa, hijos nunca lo habían rodeado, vivía solo para su pulpería, solo para él.

viernes, 12 de octubre de 2012

Almas en el Humo (2º Parte de 5)



Creía que no había lugar que no hubiesen tapado, trabado ó atado; pero de todas maneras hacía un esfuerzo por recordar cada uno de los recovecos, ventanas, puertas, ventiluces y huecos posibles.
Se secó el sudor de la frente, estaba íntegramente transpirado, la camisa pegada a la piel, los pantalones parecían pesarle toneladas y las botas ser de cemento.
Su hijo había intentado llamar a la policía, a la radio y a cada uno de los números de la libreta roja. Ninguno había contestado. Todo mientras su padre y su madre tapiaban las puertas y ventanas, junto con todo hueco visible y posible.
Fuera los murmullos se multiplicaban, los pasos distorsionaban el sonido de la brisa que entraba por debajo de la puerta.

jueves, 11 de octubre de 2012

Almas en el Humo




Creía que no había lugar que no hubiesen tapado, trabado ó atado; pero de todas maneras hacía un esfuerzo por recordar cada uno de los recovecos, ventanas, puertas, ventiluces y huecos posibles.
            Creía que no había más; pero...
            Fuera los sonidos de las pisadas sonaban rasposas sobre las tablas y el pedregullo que rodeaba la casa, olfateaba el polvo que levantaban fuera y que acompañaba la peste a podredumbre que se colaba por las hendijas.
            Cuando los vio estaba sentado fuera en el porche leyendo “Mil Soles Espléndidos”, sufriendo con las mujeres que vivían en la casa del zapatero, prácticamente encerradas en la prisión de su matrimonio y las celdas de los golpes del marido.
           

viernes, 5 de octubre de 2012

martes, 2 de octubre de 2012

Exóticus




–Los estudios lo demuestran científicamente señor, si me permite que le diga señor. Usted no es algo que se diga..., normal.
–¿Y que sería “algo normal” para usted? –le preguntó meciendo los pies en la camilla.
–No es que yo lo piense, todos acá coincidimos que normal al menos es algo que sea de este planeta.


*El concepto de exótico hace referencia a todo peregrino de nacionalidad distinta a quien lo observa o a objetos o individuos extranjeros, en especial cuando se trata de algo o alguien que llega desde un territorio lejano.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Juegos I (Hibernación)





Jugar juegos estaba bien, pero algunos eran peligrosos. El mago lo sabía ahora, siempre había tenido la sospecha de que sus actos lo eran, la confianza suponía su arma más potente y a la vez su peor enemiga.

La práctica hacía al maestro.
La práctica.
Sentado en relajación miraba esos ojos marrones como si fuese la primera vez, los estudiaba buscando la chispa adecuada.
La vio.
Dejó que de sus labios saliesen las palabras mágicas.
–Duérmete –dijo en un susurro.
Captó los labios frente a él abrirse apenas y decir una palabra también.
–Duérmete –escuchó.
Solo tenía un poco de conciencia, la suficiente para decirse que usar el espejo había sido una mala idea.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Fría Paris




Amar no era lo mejor que sabía hacer, amar era lo peor que le podía pasar.
Sentado en la esquina más espesa y oscura del callejón jugaba con el reflejo de una lejana luz sobre el filo de su cuchillo.
Había llorado, lágrimas que no le eran extrañas, pero nunca había llorado por amor. Había sufrido maltratos físicos, había vivido prácticamente encerrado en una fría, húmeda y olvidada habitación; comido sobras, bebido agua sucia, respirado dolor.
Y llorado, había llorado prácticamente desde que tenía memoria.
Pero nunca por amor.
Dolía más que los latigazos.
Más que el hambre.
Que el frío.
Dolía más que el propio dolor.
Ella lo había ignorado, porque estaba seguro que sabía de él.
Pero nunca más, podía ser un monstruo, un deforme que come basura y que duerme sobre sus desperdicios. Pero tenía corazón, todo eso no consentía el destratarlo, hacer de cuenta que no existía, todo el mundo lo hacía, pero a ella no se lo permitiría.
Lo iba a pagar.
Había conseguido el cuchillo en la cocina del convento, lo había elegido sigilosamente mientras la imagen de su belleza le arrancaba más sollozos y lo enterraba.
Lo había llevado hondo, el calor del cuerpo y el frío del olvido, subiendo a las puertas del paraíso para salir por la de servicio, hacia el infierno. Del recuerdo de las risas al llanto del mismo, lo llevó de ser un niño de luz a un vejestorio, eterno otoño, sus hojas, arrugas, disimulado amor y externo dolor.
Amar no era lo mejor que sabía hacer, amar era lo peor que le podía pasar.
Sentado en la esquina más espesa y oscura del callejón jugaba con el reflejo de una lejana luz sobre el filo de su cuchillo.
Y recordaba.
No había conocido a sus padres, lo habían abandonado al nacer, y él suponía que era por su aspecto, que al ver a su hijo deberían de haber pensado que era un monstruo (él lo pensaba). Por lo que consideraba que había nacido cuatro horas después de su nacimiento natural, y lo había hecho frente a las grandes puertas dobles de la Catedral de Notre Dame, un viernes que la lluvia intento borrarle el rostro y la joroba.
Inútil intento.

martes, 18 de septiembre de 2012

Sobornando las Horas




Las agujas no se movían desde hacía días, había perdido la noción del tiempo, solo distinguía el día y la noche. Recubierto su cielo de una capa de hielo, veía la claridad del sol reflejada por gotas heladas; titiritaba su alma en la soledad inmensa de la cápsula.
–Manejar el tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas? –retumbaban las palabras de Juan Segundo en su memoria helada. Juanse estaba ahora quien sabe donde, quién sabe cuando, que era peor. Ni él sabía cuando estaba, o si estaba en realidad, o si solo quedaba la sensación de vida, recuerdos que acompañan al alma en la elevación (o caída).
El hielo se movía como si fuese una cúpula gigante movediza, como la de los grandes estadios de fútbol, los más modernos. Se dio cuenta, segundos después de despertar, que en realidad no era tanto lo que se movía el hielo, sino el tiempo.
Corría libre, volaba libre, caía emancipado.
Los números corrían a una velocidad vertiginosa, mareándolo desde la incredulidad de lo que había logrado (habían logrado, Juanse tenía igual de crédito que él, aunque solo haya puesto el dinero), que la máquina del tiempo funcionara, ¡¡¡y como!!!.
Se habían apurado, pensó ahora; deberían de haber probado de alguna manera como funcionaba, si sus cuerpos durarían un segundo al menos dentro de la máquina o serían reducidos a polvo ni bien el tiempo pegase el salto previsto.
–La oportunidad se presenta una vez en la vida, me refiero a este tipo de oportunidades –le dijo Juanse una sábado a la noche mientras ambos deambulaban por el laboratorio con unas tazas de café frío sobre sus escritorios desordenados. –Manejar el tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas?
No, no se lo imaginaba.
Y si se lo hubiese imaginado, seguramente, no hubiese sido como lo era ahora, en ese tiempo, su tiempo. ¿Cuándo estaba?
La máquina se detuvo al fin, la idea había sido una vez puesto en marcha el mecanismo, manejar el tiempo hacia delante o atrás.
–Atrás es mejor, al menos sabemos con lo que nos podemos encontrar. –se le había ocurrido sabiamente.
No tan sabio, el meterse dentro.
Tardó solo unos segundos en caer rendido a un lado de la cápsula, el sol no estaba, solo se veía una luz escasa y espesa intentar pasar por las grandes nubes de polvo que cubrían todo. Intentó volver a la máquina, pero murió antes de poder siquiera subirse a ella, solo alcanzo a ver que había viajado 65 millones de años al pasado.
Manejar el tiempo a nuestro antojo, ¿te imaginas?”.
No, el tiempo es quien nos maneja a su antojo.