Soñé muchas cosas en mi vida, pero
nada tan extraño como estar en medio de un inmenso hormiguero.
Al principio sentía el olor húmedo
de una lluvia de primavera, las primeras gotas que levantan el polvo de las
calles de tierra ó del césped recién cortado por las mañanas. Me bamboleaba
mientras veía pasar sobre mi las nubes blancas en un cielo celeste más potente
que de costumbre. Me metía por lugares insólitos, veía árboles gigantescos
mientras bolas como pelotas de básquet caían por doquier, ví esa manguera como
el tentáculo de un monstruo marino salido de historias contada por piratas. Me
sentí diminuto, pero lo fue más al adentrarme en un hueco en la tierra
sintiendo el sonido de miles de hormigas, una de ellas me llevaba como si fuese
comida sobre su espalda. Cientos de túneles se dibujaban ahí abajo, la
oscuridad se apoderaba de casi todo y yo iba al encuentro de una muerte segura
en las mandíbulas de las hormigas, me imagine siendo deglutido por las larvas
que la Reina
había expulsado de su cuerpo. El sonido de los insectos era inquietante, no
podía gritar ni moverme, hacía un esfuerzo por mantener mi alma en el cuerpo,
que no me abandonase en ese instante final.