No había
podido pegar un ojo casi en toda la noche, sumido en viajes extrasensoriales
saltando de nube a nube rellenas de algodones multicolores. El personaje de sus
sueños que no duerme, lo desafiaba con esa vacua sonrisa de cordero atado,
dientes de lobo que relucían como cuchillas nuevas de un aserradero.
Lo
conocía, no recordaba su nombre, pero no era la primera vez que lo veía ahí, en
ese mismo lugar donde sus realidades se hacían ficción y las ficciones tomaban
vida propia.
Hizo un
fuego en medio de la nada, cruzó sus piernas y lo llamó. Hablaron por horas,
saltando de un lugar a otro, leyéndose los labios rojos de una ira contenida,
con los dedos pintando con negro betún las paredes de las nubes transportadoras.
Llegaron a un acuerdo, había que respetar el primer y único ítem de la ley, “Se
vale todo”. Aunque él deseaba poner algunos puntos de verdad, su boca se
mantuvo quieta ante sus esfuerzos mientras el personaje los movía y ponía en el
suelo lo que debían respetar.